lunes, 23 de enero de 2012

Tiempo.


Es sorprendente la manía que tenemos los humanos de cuantificarlo todo. ¿Te has fijado en algún momento que vivimos pendientes de las horas y los minutos? Vivimos siendo esclavos de una magnitud física que no es alterable, que no puede ser ralentizada y mucho menos detenida. Implacable, sigue adelante con la fuerza de un universo que no hace más que avanzar.

Duermes, comes, estudias y haces planes. Vives. Todo ello perfectamente organizado en base a algo que ni sientes, ni puedes tocar, algo que ni por asomo podrás controlar nunca. ¿No te resulta ridículo pensar en el tiempo como una línea recta que va del pasado al futuro, como mucha gente lo representa? Lo es.

Nuestra percepción del tiempo es una ilusión, algo totalmente abstracto que marca nuestro ritmo de vida. Pero, ¿de dónde salió? ¿Quién metió en nuestras vidas una variable que lo único que realmente puede hacer es crear infelicidad? Dirán algunos que el tiempo cura heridas, pero eso es una vil mentira.

Lo único que cura heridas no físicas, es nuestra limitada memoria, que hace que recordemos todo mejor de lo que realmente fue en nuestro presente de aquel entonces. Habrán otros que me quiten razón, alegando que después de 5 años siguen odiando a su antigua pareja como si fuera el primer día después de abandonar la relación. Eso no es odio. Es rencor. Ni por asomo es lo mismo, y si todavía lo sientes es que todavía la tienes presente, puesto que no quieres olvidar a tu antiguo ''amor''.

Al tiempo todo esto le da igual. El seguirá adelante, completamente a su rollo, implacable cual verdugo. Nunca llegará el día en el que la inocente taza de porcelana que tropezó con el doblez del mantel y cayó por el borde de la mesa, haciéndose pedazos contra el duro suelo, retroceda hasta volver a estar sentada plácidamente en su lugar de origen. Mejor así.

Un beso dura lo que dura un beso, un sueño dura lo que dura un sueño.  Y eso es todo lo que necesito saber.

Empire Of The Sun - Walking On A Dream

miércoles, 18 de enero de 2012


Si tuvieras la oportunidad, la ocasión, de volver al pasado a cambiar algo... ¿La aprovecharías? Obviamente la gran mayoría pensará que es obvio que sí, todos hemos dicho y hecho cosas de las que nos arrepentimos, cosas que sucedieron en el momento/lugar y/o con la persona equivocada.
Me resulta curioso pensar que esos ''errores'' que cambiaríamos forman parte de la persona que somos hoy en día. ¿Quieres intentar cambiar una parte de tí, entonces? Ya son palabras mayores, ¿Verdad?
La vida hay que imaginársela como si fuera un laberinto que siempre te lleva al final. Teniendo esto en mente, se deduce que no hay ni camino incorrecto, ni camino correcto. Puede que el que uses sea más largo, más corto, más sinuoso o que tenga más pendiente que otros que podrías haber cogido, pero has tomado uno en particular. Lo verdaderamente importante es que el camino cambiará contigo. Lo que antes en la lejanía parecía una  alta montaña, ahora es un bache; el río ante el que seguramente tendrías que dar un rodeo para llegar al otro lado, ahora no es más que un simple charco embarrado. Y el amistoso pajarillo que hace pio-pio cuando te ve ahora es un buitre que no deja de trazar círculos por encima tuyo, esperando tu final.
Sin embargo, el camino te cambiará a ti también. Ya no eres el mismo que cuando empezaste a andarlo. ¿Estás pensando en lo que habría pasado si hubieses tomado otro? Lo más probable es que te hubieras transformado en otra persona. Lo cual no quiere decir que estuvieses mejor que en tu camino actual. Ni que fueses más feliz. Quizá hubieses a conocido a el amor de tu vida. Quizá éste te hubiese dejado. Y que ahora estuvieses destrozado por dentro. Pero ese no eres tú. Tú estás hecho de otro material. Estás por encima de todo eso.

Eres como eres, estás en el camino en el que estás.

Enorgullécete.

sábado, 7 de enero de 2012

Parte 2.

[Comienza en parte 1] ...Y no puedo evitar sorprenderme al ver la sonrisa que luzco en mi cara. Realmente he cambiado mucho. Sin embargo, no sabría decir si es una sonrisa feliz o una sonrisa sádica al más puro estilo león que se relame al ver una cría de cebra que se aleja de la manada. 
Mi otro yo tiene en la mano una pistola grabada con unas palabras que no alcanzo a leer. Sin apartar esos ojos que tan vistos tengo de mí, saca el cargador de ella y meticulosamente procede a retirar las balas una a una. Cuando acabo con mi tarea, recojo una del suelo y me la lanzo. Nada más tocarla siento que pesa demasiado para ser una simple bala. Y noto que también tiene algo grabado. Le doy la vuelta a la bala para leerlo. La sonrisa de mi otro yo se acentúa mientras lo hago. 

Esperanza.

Mi cerebro ni ha terminado todavía de procesar esta palabra y ya me manda señales de alarma. El pecho me explota de dolor cuando asimilo que estoy emponzoñado por culpa de estas dichosas balas. Levanto la mirada y me encuentro con que mi otro yo se ha sentado y observa mi reacción. Cierro los ojos intentando reunir suficiente fuerza para avanzar, pero lo único que consigo es perder el tiempo. A pesar de ello comienzo a correr ( más que correr, caminar rápido, pero correr suena mejor ). Mi espada de verdades se ha materializado en mi mano. Pero esta vez las palabras que la componen están casi quietas. Y comienzan a desintegrarse poco a poco. No tengo tiempo.
Ya estoy más cerca de mí mismo. Sigo sentado en el suelo, observándome con curiosidad. Pero sin mover un dedo; confío demasiado en la fuerza de mi munición. Sé que me detendrá antes de llegar a tocarme con esa espada. Pero estoy equivocado. Bajo mi espada con saña.
De repente, todo ha acabado. Estamos ambos en el suelo. Ninguno sangra, ninguno se queja, pero ambos sabemos que estamos heridos de gravedad. De hecho, mi otro yo sigue sonriendo. Con una voz que también tengo demasiado oída, me dice : 
- Pensarás que estoy loco por reírme en esta situación. Pero no lo estoy. De hecho, he ganado. Eres tú el que seguirá adelante con su vida, pero nunca podrás arrancarte la esperanza de tu pecho. 
¿Qué puedo hacer?, pienso. Y empiezo a reírme yo también.
Nada.
No puedo hacer nada.
¿Para qué voy a preocuparme entonces?


lunes, 2 de enero de 2012

Parte 1.


Bang Bang.

Dos disparos rompen el dulce silencio que me envuelve. La oscuridad que hace tiempo que me acompaña, que se ha convertido en la mayor de mis confidentes en esta batalla contra mí mismo, se desvanece. Al igual que todas las guerras, probablemente de aquí no salga vencedor alguno.
Molesto, me doy la vuelta y, tras un gran esfuerzo, abro los ojos. Estoy tumbado en el frío suelo, sujetando una espada que parece estar hecha con palabras. Palabras sin conexión aparente que vibran, serpentean y se retuercen. Me levanto y la toco suavemente con la punta de mis dedos y siento que un torrente de verdades de fuerza inusitada me atraviesa.
Como si de un puñetazo en el pecho se tratara, las piernas me fallan y caigo de rodillas. Me tiembla todo el cuerpo. Suelto la espada. Durante unos instantes la cabeza me pide desmayarme. Pero saco fuerzas de quién sabe dónde y vuelvo a ponerme en pie. Prefiero no volver a coger el temible arma. ¿Quién diría que las verdades tuviesen tanta fuerza?

Bang Bang.
Noto algo caliente resbalando por mi pecho. No es agradable, es pegajoso. Pero bueh, es soportable. Sé de sobra que me he disparado. Ya no duele. Miro a mi alrededor buscándome. Veo una sombra y me acerco donde -presumiblemente- se esconde mi otro yo. No siento miedo alguno.
Llego a una esquina. La doblo y me encuentro con una versión de mí que ya no recuerdo. Me estoy dando la espalda. Me acerco lentamente. Pero mi otro yo, después de todo, también es parte de mí. Ambos sabemos como piensa el otro. Así que me doy la vuelta y me miro a los ojos.
[Continúa...]