lunes, 24 de marzo de 2014

Una ida de olla cualquiera.

El ansia de ser mejor te inspira a seguir adelante, a empujar esos barrotes que delimitan aquel muro una vez levantado que marcaba hasta dónde llegaste.

Un muro no, una puerta cerrada, sin llave, cuyo picaporte no te atreviste a asir cuando llegó el momento.

Viste una fina y delicada bailarina de luz entrar a través de la diminuta ventana, por la que vislumbrabas la luz de la felicidad prometida al final de la empinada escalera construida, ladrillo a ladrillo , por tu esfuerzo y ansia
.
Ansia por ver que hay más allá, ansia por averiguar si lo que te espera es mejor que lo que ya disfrutas y probablemente no sepas apreciar. Duro como pueda sonar, la importancia de las cosas está fuertemente ligada a el sentimiento de pérdida al faltarte este elemento que, puestos a suponer, es habitual en tu vida y consideras garantizado.

Como avecinando una tormenta, tendemos a escondernos bajo nuestra coraza para protegernos de un chaparrón inexistente provocado por unas goteras que, de existir, serían aquellas producidas por algún agujero en tu lógica. Una coraza que te presiona, que te inmoviliza, pero que llegado su momento te hace crecerte majestuosamente gracias a las alas del orgullo, con la cabeza alta como bandera y el saber que puede que exista, después de todo, algo mejor detrás de aquella puerta cerrada. Que un día no llegaste a abrir.

Cierras los ojos, la soledad comienza y la negrura aguarda. Allí esperan los monstruos que habitan no debajo de tu cama, sino dentro de ti. Seamos cometas, volemos alto y brillemos fuerte. Alejemos esos monstruos que te persiguen, tumbémonos en la rivera del río y veamos llover con este tiempo de mierda.

Porque todo tiempo de mierda se soporta mejor acompañado y hay cosas que se pasan por alto bajo la lluvia. Ni siempre lo más claro es lo mejor, ni lo más oscuro lo peor. Y lo bueno se encuentra en todos lados si sabes buscarlo.