miércoles, 23 de noviembre de 2011

Bueno, pues aquí estamos de nuevo.

Tengo un problema. Un problema que en este caso toma forma de chica. Si la vieras por la calle sin conocerla, probablemente ni la reconocerías salvo por el pelo, o los ojos. Quizá también destacara por su risa. El caso es que ella lo es todo. Es una ninfa que va dando saltitos por un lago. Es una hoja que baila al son de la brisa. Es la reina de su propio mundo.


Ahí es cuando todo cambia, y la ninfa te mete el dedo en el ojo, la hoja cae y se marchita, y la reina resulta ser una tirana. Pero lo sigue siendo todo, al fin y al cabo. Y te tiras de cabeza a ese, aunque retorcido, atractivo vórtice de entropía, en el que todo se convierte en nada y nada se convierte en todo. Es entonces cuando te das cuenta que las cosas no son lo que parecían y que te has cortado con el segundo filo de la espada que blandías.


Sangras profusamente, pero te da igual y sigues empujando contra ese amargo filo, sintiendo que la espada te corta piel, músculo y nervio. Pero te da igual. Te asalta en ese momento un sobresalto, señal de que te están tocando algo más profundo e íntimo, algo que está reservado para unos pocos. Pero te sigue dando igual. Sólo te importa quién está al otro lado de la espada. Levantas la mirada... y  ahí esta ella , con su precioso pelo y su ojos llenos de colorido, con los que te mira y te atraviesa hasta llegar a lo más profundo. Lentamente se alzan las comisuras de sus labios y ahí está. Una sonrisa. Muy bonita, por cierto. Y no sabes cómo interpretarla. ¿Sigue siendo la sonrisa que te endulzaba la vida, o es una sonrisa que ahora le pone demasiado vinagre a tu existencia?


Todo tiene dos caras, y, aunque pocas, hay veces en las que es mejor conocer sólo una.

No hay comentarios:

Publicar un comentario